Thursday, September 23, 2010

Un poema inédito de Heberto Padilla. A diez años de su partida

Belkis Cuza Malé

Durante años he cargado de un sitio a otro con los archivos de Linden Lane Magazine, y los míos propios, que incluyen la papelería de Heberto Padilla y las fotos familiares de esas casi tres décadas que estuvimos casados.

Ahora que se cumplen diez años de su partida (hacia ese punto infinito que es el cielo espiritual), me han asaltado la tristeza y la nostalgia por tantos años de amor, vividos y compartidos. Por eso, desempolvando mis papeles y buscando algo nuevo que pudiera ofrecer a sus lectores, a ésos que no olvidan sus poemas, no sólo los más polémicos de Fuera del juego, sino también los de El justo tiempo humano y El hombre junto al mar, encontré uno inédito, escrito de su puño y letra.

Los grandes poetas lo son porque sus poemas pueden ser memorizados, tarareados, convertidos en canciones, como hacían los juglares en el medioevo. Y les echamos mano cuando queremos susurrar nuestras emociones o llorar con nuestros fracasos. Y eso está pasando con la poesía de Heberto, aunque no fuese un hombre de escribir muchos libros. Prefería vivir, viajar, compartir un trago con los amigos, hablar de política, leer a su modo los libros que le interesaban y fumar sus habanos. A pesar de su gran talento, fue un melancólico y depresivo (y ni él mismo lo sabía). Yo, que estaba acostumbrada a oirlo, presentía que debajo de su sarcasmo y jocosidad (siempre mezclaba una cosa con la otra), sufría. No dejó nunca de sentirse fuera del juego en todos los sitios. Detrás de ese ser bullicioso y alegre, al extremo de que podía parecer superficial y desafiante -- tono que pareció molestar a Jorge Edwards, según cuenta en su famoso Persona non grata--, estaba el Heberto tímido.

*Yo siempre he vivido en Cuba*
, dice en uno de sus famosos poemas. Pero en realidad, era un hombre que prefería el universo como hogar, y en especial los países escandinavos. Sí, era contradictorio. Muy, mucho.

No voy a hablar aquí de su autocrítica en la UNEAC, la noche del 27 de abril de 1971, ni de lo que sufrió hasta su salida de Cuba, el 16 de marzo de 1980. Quiero sólo recordarlo como el Heberto que fue parte de mi vida y del que aprendí muchas cosas, aunque nunca *a rimar*. Y verán por qué.

Buscando, como dije antes, entre mis archivos, encontré una vieja agenda que alguien, creo que un amigo alemán, no recuerdo si fue el poeta Hans Magnus Enzensberger, o Gunther Mask, le regaló a principio de los setenta. Allí, a ratos, solía escribir algunos textos que nunca usó. Hay un pequeño ensayo sobre Paradiso, de José Lezama Lima, apuntes para su novela En mi jardín pastan los héroes, y otras notas. Pero hay también un poema, que nunca publicó, que nunca pulió, y que sin duda fue escrito en la época de El hombre junto al mar. El tono es lóbrego, duro con él mismo, y sarcástico al final. Está escrito con tinta roja, al igual que otras cosas que aparecen allí.

Sus poemas han sido siempre para mí esbozos biográficos. Tres cosas hay en éste que también lo confirman. En primer lugar, habla de nuestro pequeño apartamento en La Rampa, donde se produjo nuestra detención. Y aunque lo describe como *una covacha* (era sólo un pequeño apartamento), hace referencia a un sofá cama y un aire acondicionado. Sí, eso era todo, aunque también estaban las paredes llenas de libros y cuadros. Al menos, se reconoce feliz porque tenía mucho amor en su corazón.

En segundo lugar, se refiere a los poemas de su esposa (es decir, yo) y dice que eran como imperdibles que herían. Y agrega que yo no sabía rimar. ¿Por qué eran como imperdibles que hincaban? Porque mis poemas de entonces, los de Juego de damas, una especie de, sin yo pretenderlo, contrapartida femenina de su Fuera del juego, hablaba de muchas cosas que a él de seguro le molestaban. Un libro donde intuía mi juicio crítico sobre su machismo, que yo hacía extensivo a la mayoria de los hombres. Y sí, es cierto, no sabía ni sé rimar, no sé hacer cantarín el verso. Y tengo que sonreirme ante su ocurrencia.

Y en tercer lugar, están esas líneas proféticas del final, donde señala que una vez más nuestra perrita (Titina, una salchicha no pura, que trajimos de nuestra *prisión* en Cumanayagüa) había defecado en algún sitio de la casa. Y usa el término honomatopéyico plaf, plaf, para señalar que de seguro hasta en sus funerales lo haría, como si aplaudiera.

Tres días antes de su fallecimiento (y se lo comenté a él por teléfono el viernes 22 de septiembre de 2000), mi salchicha Pattern, de súbito, perdió el control de sus paticas traseras y comenzó a arrastrarse como un reptil. Este doloroso hecho venía acompañado de diarreas incesantes, al extremo de que su grave enfermedad me impidió asistir a los funerales de Heberto. ¿No lo había profetizado en este *Poema póstumo*, que dejó inédito? El, que parecía avergonzarse de mis dotes de *pitonisa*, se ha convertido en fuente de información espiritual desde ese cielo en que ahora habita, y que yo imagino todo azul, como el de Cuba.

Les copio el *Poema póstumo*, y les incluyo nuevas fotos, para recordarlo como él merece, como un gran poeta y ser humano, no lo duden.

Poema póstumo

Heberto Padilla fue un gran artista
mientras vivió en la covacha
sin agua. Allí fue suficiciente
el aire acondicionado y el sofá cama
porque recién tenía mucho amor en el corazón.

Ahora, ¿quién puede leer su poesía?
¿Quién habrá de leerla
cuando ya se haya ido?
Los poemas de su mujer
eran como tragarse imperdibles,
todos hincaban. Además, no sabía
rimar.

La vida fue para él como
una herida abierta.
La juventud se encargó. En
la pared de su cueva aún
se incrustaba su casa
de madera.

Plaf, plaf --sigue cagando
la perrita.
Plaf, plaf, hasta
en sus funerales.
Fue como si aplaudiera.

Heberto Padilla (en La Habana, años setenta)


Tuesday, September 07, 2010

Belkis, la Reina de Saba, García Lorca y yo

Belkis Cuza Malé

Para María Benjumea, en España, que me lo preguntó


Belkis, nombre de la Reina de Saba, la famosa Sulamita, soberana de un país que algunos dicen era Etiopía, otros Persia, inspiró El Cantar de los Cantares, libro bíblico escrito por Salomón con un lenguaje poético amoroso que todavía no ha sido superado. La visita de esta mujer de extraordinaria belleza al soberano israelí dejó huellas imborrables en el hijo del Rey David. Incluso se dice que de ese amor descendieron muchos futuros israelitas.
Atraida por la fama de hombre sabio y bueno, la Reina de Saba llegó a visitar a Salomón con naves cargadas de primorosos regalos y se marchó a su vez con tesoros incalculables, pues era bien conocida la riqueza de Salomón.
La historia trascendió por los siglos de los siglos, de modo que hasta Jesucristo habla de ella en los Evangelios. Y también aparece citada en el Koran. ¿Era de piel oscura, tan bella como se cuenta, y como la describe Salomón, o fue el amor inmenso que surgió entre ellos lo que hizo posible la leyenda? No lo sabemos.
La raíz del nombre Belkis se remonta a la Arabia de las leyendas milenarias. Abunda en Egipto, Líbano, y sobre todo en Turquía, donde la ciudad sumergida bajo las aguas, llamada Zeugma (Belkis), es una reliquia arqueológica, de la que se conservan sus hermosos mosaicos romanos. Se trata de la villa Belkis (Balkiz), sumergida ahora, en la ribera del Eufrates, en Turquia, convertida en famoso centro turístico. Hoy, Belkis Han, hotel/tienda de antiques, ubicado en una histórica casa del siglo XIX, es también punto turístico en Gaziamtep, de modo que el mítico nombre está profundamente imbricado en la cultura turca, donde entre muchas otras, una famosa cantante y una pintora, contemporáneas ambas, se llaman Belkis.
La península de los Balcanes (con los famosos montes de igual nombre) deriva su apelativo de Belkis y está formada por varios países del sureste de Europa, entre ellos Bulgaria, Rumania, Grecia, Albania, Montenegro y Turquía.
En lo que a mí atañe, no olvidaré jamás mi encuentro con la mujer que dijo haber introducido el nombre de Belkis en Cuba, porque me permitió conocer un dato que ha permanecido hasta ahora ignorado, y de paso me dió la oportunidad de ver con mis propios ojos, tocar y acariciar, un libro del poeta granadino Federico García Lorca, ilustrado página a páigina por él. Con cuánta emoción recuerdo hoy esos dibujos y su dedicatoria a la señora Rafael Tornés. La letra de Lorca era preciosa, rabos de nubes, tan tierna e inocente como sus dibujos.
Rafael Tornés, mujer muy culta, había sido la bibliotecaria de la Escuela Normal de Santiago de Cuba cuando Federico García Lorca visitó la ciudad y ofreció allí una conferencia. Rafaela era --o la recuerdo así-- alta y fornida, con un carisma extraordinario, casi extravagante, diría yo.
Fue a finales del 1958, creo recordar, cuando toqué a esa puerta, alta y majestuosa, de grandes goznes y color marrón oscuro. Me abrió ella, vestida como una María Callas lista para el escenario. Sólo presentarme, decir mi nombre, y me tomó de la mano y casi me arrastró al patio central de la casa. Había ido yo a entregarle mi tarea de gramática a la profesora, que si mal no recuerdo se llamaba Lourdes Martínez Anaya, y que según me dijo, era su nuera.
Yo estudiaba entonces el Bachillerato en Letras en el Instituto PedagógicoCatólico de Santiago de Cuba, fundado y dirigido por las inolvidables Cristi y Lucy. Allí compartí los años de adolescencia con un pequeño grupo de condiscípulas, en una ciudad llena de revolucionarios en ciernes y conspiradores, conocida como la cuna de la revolución. Tiempos en que vivíamos a la expectativa, donde reinaba una violencia imposible de sospechar cuando uno caminaba entonces sus calles. Pero abundaban los asesinatos políticos y los entierros famosos, como el del revolucionario Frank País, velado muy cerca de mi casa en la calle San Agustín y que constituyó entonces la mayor manifestación de duelo que se recuerde en la historia de la ciudad, y quizás de Cuba.
Tiempos nada gratos para estas adolescentes que día a día nos reuníamos en las aulas de la calle Heredia, a unos pasos de donde había nacido el poeta cantor de El Niágara. Pero a pesar del ambiente opresivo que se vivía en la ciudad, no dejamos de ser nunca mujercitas y de comentar sobre los problemas que más nos emocionaban: la vida misma, el amor, los noviecitos, las estrellas de cine, los libros que leíamos bajo la mirilla siempre recelosa de los padres, los bailes y los rubores propios del candor juvenil de entonces. De esos momentos eternos, les pongo aquí mis fotos, una de cuando cursábamos el tercer año de bachillerato, y las otras dos de la graduación. Observarán que llebábamos tres rayas en la saya, lo que significaba el año del bachillerato en curso. Y cosa curiosa, verán ahí al profesor de matemáticas, Fonseca, que estaba casado -nada menos--, que con Magaly, la jovencita a su izquierda y nuestra condiscípula. A pesar de que el colegio era muy estricto y no se permitían (si mal no recuerdo) estudiantes cuyos padres no estuvieran casados, o bautizados, a la hora de contratar al profesor Fonseca, que venía creo de vivir unos años en Venezuela, éste pidió que aceptaran a su esposa como estudiante. Y así fue.
La tarde de mi encuentro con Rafaela Tornés permanece en un sitio de preferencia en mi memoria. La recuerdo vestida con una larga túnica griega, dando pasos, casi danzando, en medio de la vegetación de aquel patio estilo morisco, mientras recitaba a voz en cuello unos versos donde se mencionaba el nombre de Belkis. Debían de ser de algún poeta tan famoso como Rubén Darío (pero no recuerdo ningún poema suyo dedicado a la Sulamita), o quizás de un poeta griego. No tardó en correr al interior de la casa y regresar presurosa con un tesoro entre las manos: un libro de poemas de Federico García Lorca ilustrado en cada página con lápices de colores, los celebres dibujos de Federico. Un verdadero tesoro que espero haya sido preservado por los descendientes de Rafaela Tornés.
Con su voz histriónica, y su energía, interpretaba para mí, ante mis ojos azorados de jovencita casi inculta, la magia de la poesía que había en ella. Le envidié aquel libro que yo sostuve temblorosa entre mis manos, absorbiendo, más que tocando, la esencia del poeta que al ilustrarlo y dedicarlo a Rafaela, había dejado impresas para siempre sus huellas y su candor. Porque realmente había mucho candor y belleza y genio en aquellas ilustraciones de sus poemas, con simples lápices de colores, los mismos que usan los niños. Federico era uno más de ellos, un niño genial.
Tanto me conmovieron sus dibujos que soñé siempre con ilustrar yo también mis libros de poemas en la forma que él lo hacía, con aquellos lápices de colores. Y así lo hago, con el mismo regocijo que de seguro Federico encontraba mientras pintaba para sus amigos lectores.
El encuentro con Rafaela Tornés tuvo sin embargo un lado sombrío. Tras contarme que fue ella la que introdujo el nombre Belkis en Cuba, me comentó que la niña murió años después atropellada por un camión.
Por mi parte, sé que la idea de llamarme Belkis procedía de mi padre. Antes de conocer a la que sería su esposa, mi padre tuvo una novia en Bayamo cuya hermana se llamaba Belkis, y ese nombre pareció encantarle y nadie pudo disuadirlo de que su hija se llamaría así.
Cuando a principios de 1965 me trasladé para La Habana y comencé a trabajar como periodista literaria en el periódico Hoy, y luego en Granma, de seguro contribuí a la difusión del nombre, pues publicaba con regularidad mis artículos sobre arte, literatura y teatro. En Cuba, años después de mi salida, Belkis Ayón, apareció en la plástica cubana y dejó huellas inconfundibles. Dotada con un gran talento, su obra es singular y de mucha fuerza, pero desafortudamente se pegó un tiro en plena juventud sin que aún se sepan las causas.
Con la globalización y el auge del internet, he tenido una experiencia única: me acosan los mensajes de árabes, especialmente turcos, que creen que soy una más de ellos. Pero soy feliz llamándome Belkis, me da mucha satisfacción saber que Jesucristo la menciona en los Evangelios. Y de esa amalgama de culturas y memorias, mi nuevo libro de poemas, en el que llevo años trabajando, se titula Los Salmos de la Reina de Saba.
Ya a los 18 años había escrito un poema, *Esta mujer es una reina ociosa*, que aparece en mi libro Juego de damas, donde me incorporo la personalidad de la Sulamita.

Nota: Las fotos son de mi graduación de Bachillerato, en el Instituto Pedagógico Católico de Santiago de Cuba, 1960. Otra mientras cursábamos el tercer año, con el profesor Fonseca en el medio. Adivinen dónde estoy en cada una de ellas, y quiénes son esas otras mujercitas. Si alguien se reconoce allí, por favor no deje de escribirme.
Mosaico romano de la ciudad sumergida Belkis, en Turquía. Dibujos de García Lorca, pero no los que vi en el libro de Rafaela Tornés, y que espero se conserve en algún museo cubano y no haya sido pasto del olvido oscuro rincón. Y por último, foto de Lorca de 1914, casi un niño.